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Prefacio

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Directorio de Adoración Pública
Directorio de Adoración Pública, Estándares de Westminster, Iglesia Reformada, Iglesia Presbiteriana, Calvinismo

Al principio de la bendita Reforma, nuestros sabios y piadosos antepasados se ocuparon de establecer un orden para corregir muchas cosas que entonces, por medio de la Palabra, descubrieron que eran vanas, erróneas, supersticiosas e idolátricas en el culto público a Dios. Esto ocasionó que muchos hombres piadosos y eruditos se alegraran mucho del Libro de Oración Común, en ese momento establecido; porque al eliminarse la misa y el resto del servicio en latín, el culto público se celebraba en nuestra propia lengua: muchos de los ciudadanos comunes también se benefician al escuchar las Escrituras leídas en su propia lengua, que antes eran para ellos como un libro sellado.

Sin embargo, la larga y triste experiencia ha puesto de manifiesto que la liturgia utilizada en la Iglesia de Inglaterra, (a pesar de todos los esfuerzos y las intenciones religiosas de los compiladores de la misma) ha demostrado ser una ofensa, no sólo para muchos de los piadosos en casa, sino también para las iglesias reformadas en el extranjero. Porque, por no hablar de instar a la lectura de todas las oraciones, lo que aumentó en gran medida la carga de la misma, las muchas ceremonias inútiles y gravosas contenidas en ella han causado mucho daño, tanto por inquietar las conciencias de muchos ministros y personas piadosas, que no podían someterse a ellas, como por privarles de las ordenanzas de Dios, que no podrían disfrutar sin conformarse o suscribir esas ceremonias. Varios buenos cristianos han sido, por medio de esto, alejados de la mesa del Señor; y varios ministros capaces y fieles han sido excluidos del ejercicio de su ministerio, (poniendo en peligro a muchos miles de almas, en un tiempo de tanta escasez de pastores fieles) y despojados de su sustento, para la perdición de ellos y sus familias. Los prelados y su facción se han esforzado por elevar su estimación a tal altura, como si no hubiera otro culto, o forma de adorar a Dios, entre nosotros, sino el libro de servicio; para el gran obstáculo de la predicación de la Palabra, y (en algunos lugares, especialmente últimamente) para la exclusión de él como innecesario, o en el mejor de los casos, como muy inferior a la lectura de la oración común; la cual fue hecha no mejor que un ídolo por muchas personas ignorantes y supersticiosas, que, complaciéndose en su presencia en ese servicio, y en su labia al tomar parte en él, se han endurecido así en su ignorancia y descuido del conocimiento salvador y de la verdadera piedad.

Mientras tanto, los papistas se jactaban de que el libro les servía para una gran parte de su servicio; y así se confirmaban no poco en su superstición e idolatría, esperando más bien que volviéramos a ellos, en lugar de esforzarse por reformarse: en esta expectativa se vieron últimamente muy alentados, cuando, sobre la pretendida justificación de imponer las antiguas ceremonias, se obtuvieron diariamente otras nuevas en la Iglesia.

Añádase a esto (que no estaba previsto, pero que ya ha sucedido) que la Liturgia ha sido un gran medio, como por una parte para hacer y aumentar un ministerio ocioso y poco edificante, que se contentaba con formas fijas hechas a sus manos por otros, sin ponerse a ejercitar el don de la oración, con el que nuestro Señor Jesucristo se complace en dotar a todos sus siervos a los que llama a ese oficio: Por otra parte, ha sido (y será siempre, si se continúa) un asunto de interminables luchas y contenciones en la Iglesia, y una trampa tanto para muchos ministros piadosos y fieles, que han sido perseguidos y silenciados en esa ocasión, como para otros de partes esperanzadas, muchos de los cuales han sido, y más aún serían, desviados de todos los pensamientos del ministerio a otros estudios; especialmente en estos últimos tiempos, en los que Dios concede a su pueblo más y mejores medios para descubrir el error y la superstición, y para alcanzar el conocimiento de los misterios de la piedad, y los dones de la predicación y la oración.

Por estas y otras muchas consideraciones de peso en relación con todo el libro en general, y por diversos detalles contenidos en él; no por amor a la novedad, ni por la intención de menospreciar a nuestros primeros reformadores (de quienes estamos persuadidos que, si vivieran, se unirían a nosotros en esta obra, y a quienes reconocemos como excelentes instrumentos, levantados por Dios, para comenzar la purificación y edificación de su casa, y deseamos que sean tenidos por nosotros y por la posteridad en eterno recuerdo, con agradecimiento y honor) sino para que podamos responder en alguna medida a la bondadosa providencia de Dios, que en este momento nos llama a una mayor reforma, y podamos satisfacer nuestras propias conciencias, y responder a la expectativa de otras iglesias reformadas, y a los deseos de muchos de los piadosos entre nosotros, y además dar algún testimonio público de nuestros esfuerzos por la uniformidad en el culto divino, que hemos prometido en nuestra Liga y Pacto Solemne; después de haber invocado seria y frecuentemente el nombre de Dios, y después de haber consultado mucho, no con la carne y la sangre, sino con su Santa Palabra, hemos resuelto dejar de lado la antigua Liturgia, con los muchos ritos y ceremonias que antes se usaban en el culto de Dios; y hemos acordado este siguiente Directorio para todas las partes del culto público, en tiempos ordinarios y extraordinarios. En el que hemos tenido cuidado de exponer las cosas que son de institución divina en cada ordenanza; y otras cosas que hemos procurado exponer según las reglas de la prudencia cristiana, de acuerdo con las reglas generales de la Palabra de Dios; siendo nuestro propósito sólo que las cabezas generales, el sentido y el alcance de las oraciones, y otras partes del culto público, sean conocidos por todos, pueda haber un consentimiento de todas las iglesias en aquellas cosas que contienen la sustancia del servicio y el culto de Dios; y los ministros puedan por la presente ser dirigidos, en sus administraciones, a mantener la misma solidez en la doctrina y en la oración, y puedan, si es necesario, tener alguna ayuda y mobiliario, y aún así no se vuelvan por la presente perezosos y negligentes en despertar los dones de Cristo en ellos; sino que cada uno, por medio de la meditación, cuidando de sí mismo y del rebaño de Dios que se le ha encomendado, y observando sabiamente los caminos de la Divina Providencia, tenga cuidado de proveer su corazón y su lengua con más u otros materiales de oración y exhortación, según sea necesario en todas las ocasiones.