Cargando

De la predicación de la Palabra

De la predicación de la Palabra

Directorio de Adoración Pública
Directorio de Adoración Pública, Estándares de Westminster, Iglesia Reformada, Iglesia Presbiteriana, Calvinismo

La PREDICACIÓN de la Palabra, siendo el poder de Dios para la salvación, y una de las obras más grandes y excelentes que pertenecen al ministerio del evangelio, debe ser realizada de tal manera que el obrero no tenga que avergonzarse, sino que pueda salvarse a sí mismo y a los que lo escuchan.

Se presupone (de acuerdo con las reglas de ordenación) que el ministro de Cristo está en F-cierta medida dotado para tan importante servicio, por su habilidad en las lenguas originales, y en las artes y ciencias que son auxiliares de la divinidad; por su conocimiento en todo el cuerpo de la teología, pero sobre todo en las Sagradas Escrituras, teniendo sus sentidos y su corazón ejercitados en ellas por encima de la clase común de creyentes; y por la iluminación del Espíritu de Dios, y otros dones de edificación, que (junto con la lectura y el estudio de la Palabra) debe seguir buscando mediante la oración y un corazón humilde, resolviendo admitir y recibir cualquier verdad aún no alcanzada, siempre que Dios se la dé a conocer. Todo lo cual ha de aprovechar y mejorar en sus preparativos privados, antes de exponer en público lo que ha dispuesto.

De ordinario, el tema de su sermón ha de ser algún texto de la Escritura, que exponga algún principio o fundamento de la religión, o que sea adecuado para alguna ocasión especial emergente; o puede continuar con algún capítulo, salmo o libro de la Sagrada Escritura, según lo considere conveniente.

Que la introducción a su texto sea breve y perspicua, extraída del propio texto, o del contexto, o de algún lugar paralelo, o de una frase general de la Escritura.

Si el texto es largo (como a veces debe serlo en las historias o parábolas), dé un breve resumen del mismo; si es corto, una paráfrasis del mismo, si es necesario: en ambos casos, mire diligentemente el alcance del texto, y señale las principales cabezas y fundamentos de la doctrina que ha de sacar de él.

Al analizar y dividir su texto, debe tener en cuenta más el orden de la materia que el de las palabras, y no cargar la memoria de los oyentes al principio con demasiados miembros de división, ni molestar sus mentes con términos oscuros de arte.

Al plantear las doctrinas del texto, su cuidado debe ser, primero, que el asunto sea la verdad de Dios. En segundo lugar, que sea una verdad contenida en el texto o basada en él, para que los oyentes puedan discernir cómo lo enseña Dios a partir de él. En tercer lugar, que insista principalmente en las doctrinas a las que se refiere principalmente, y que haga lo más posible por la edificación de los oyentes.

La doctrina debe ser expresada en términos claros; o, si alguna cosa en ella necesita explicación, debe ser abierta, y la consecuencia también del texto debe ser aclarada. Los lugares paralelos de la Escritura que confirman la doctrina, deben ser más bien claros y pertinentes, que muchos, y (es necesario) algo de insistencia, y aplicados al propósito en cuestión.

Los argumentos o razones han de ser sólidos y, en la medida de lo posible, convincentes. Las ilustraciones, del tipo que sean, deben estar llenas de luz, y ser tales que puedan transmitir la verdad en el corazón del oyente con deleite espiritual.

Si parece surgir alguna duda obvia de la Escritura, de la razón o del prejuicio de los oyentes, es muy necesario eliminarla, conciliando las aparentes diferencias, respondiendo a las razones y descubriendo y eliminando las causas del prejuicio y del error. Por lo demás, no conviene entretener a los oyentes con la exposición o respuesta de vanas o perversas cavilaciones, que, como son interminables, su exposición y respuesta obstaculizan más que promueven la edificación.

No debe quedarse en la doctrina general, aunque nunca estará suficientemente aclarada y confirmada, sino llevarla a un uso especial, aplicándola a sus oyentes: Lo cual, aunque resulte una obra de gran dificultad para él mismo, que requiere mucha prudencia, celo y meditación, y que para el hombre natural y corrupto será muy desagradable; sin embargo, ha de procurar realizarla de tal manera, que sus oyentes sientan que la Palabra de Dios es eficaz y poderosa, y que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón; y que, si está presente algún incrédulo o ignorante, se le manifiesten los secretos de su corazón, y dé gloria a Dios.

En el uso de la instrucción o la información en el conocimiento de alguna verdad, que es una consecuencia de su doctrina, puede (cuando sea conveniente) confirmarla con algunos argumentos firmes del texto en cuestión, y otros lugares de la escritura, o de la naturaleza de ese lugar común en la divinidad, de la cual esa verdad es una rama.

Al refutar las falsas doctrinas, no debe levantar una vieja herejía de la tumba, ni mencionar una opinión blasfema innecesariamente; pero, si el pueblo está en peligro de un error, debe rebatirlo sólidamente, y tratar de satisfacer sus juicios y conciencias contra todas las objeciones.

Al exhortar a los deberes, ha de enseñar también, según considere oportuno, los medios que ayudan a cumplirlos.

En la exhortación, la reprensión y la amonestación pública (que requieren una sabiduría especial), no sólo debe descubrir la naturaleza y la grandeza del pecado, con la miseria que lo acompaña, sino también mostrar el peligro que corren sus oyentes de ser alcanzados y sorprendidos por él, junto con los remedios y la mejor manera de evitarlo.

Al aplicar el consuelo, ya sea general contra todas las tentaciones, o particular contra algunos problemas o terrores especiales, debe responder cuidadosamente a las objeciones que un corazón atribulado y un espíritu afligido puedan sugerir en sentido contrario. También es necesario a veces dar algunas notas de prueba, (lo cual es muy provechoso, especialmente cuando es realizado por ministros capaces y experimentados, con circunspección y prudencia, y las señales claramente fundadas en la Sagrada Escritura) por medio de las cuales los oyentes puedan examinarse a sí mismos si han alcanzado esas gracias, y realizado esos deberes, a los cuales él exhorta, o son culpables del pecado reprendido, y están en peligro de los juicios amenazados, o son aquellos a quienes pertenecen los consuelos propuestos; para que, en consecuencia, puedan ser avivados y excitados al deber, humillados por sus carencias y pecados, afectados por su peligro y fortalecidos con el consuelo, según lo requiera su condición, al ser examinados.

Y, como no necesita siempre proseguir con cada doctrina que se encuentra en su texto, es prudente que elija los usos que, por su residencia y conversación con su rebaño, encuentre más necesarios y oportunos; y, entre éstos, los que más puedan atraer sus almas a Cristo, la fuente de luz, santidad y consuelo.

Este método no se prescribe como necesario para todos los hombres, o sobre todos los textos; sino que sólo se recomienda, por haberse encontrado por experiencia que es muy bendecido por Dios, y muy útil para el entendimiento y la memoria de la gente.

Pero el siervo de Cristo, cualquiera que sea su método, debe realizar todo su ministerio:

1. Con dolor, no haciendo la obra del Señor con negligencia.

2. Claramente, para que los más mezquinos puedan entender; entregando la verdad no con las palabras seductoras de la sabiduría del hombre, sino con la demostración del Espíritu y del poder, para que la cruz de Cristo no quede sin efecto; absteniéndose también de un uso inútil de lenguas desconocidas, frases extrañas y cadencias de sonidos y palabras; citando con moderación frases de escritores eclesiásticos o de otros humanos, antiguos o modernos, aunque nunca sean tan elegantes.

3. Con fidelidad, mirando al honor de Cristo, a la conversión, edificación y salvación del pueblo, no a su propia ganancia o gloria; no reteniendo nada que pueda promover esos santos fines, dando a cada uno su propia porción, y teniendo un respeto indiferente hacia todos, sin descuidar a los más mezquinos, ni perdonar a los más grandes, en sus pecados.

4. Sabiamente, formulando todas sus doctrinas, exhortaciones, y especialmente sus reprimendas, de la manera que más pueda prevalecer; mostrando todo el respeto debido a la persona y al lugar de cada uno, y no mezclando su propia pasión o amargura.

5. Gravemente, como corresponde a la Palabra de Dios; evitando todo gesto, voz y expresiones que puedan ocasionar que las corrupciones de los hombres lo desprecien a él y a su ministerio.

6. Con afecto amoroso, para que la gente vea que todo proviene de su celo piadoso, y su deseo sincero de hacerles el bien. Y,

7. Como enseñado por Dios, y persuadido en su propio corazón, de que todo lo que enseña es la verdad de Cristo; y caminando delante de su rebaño, como un ejemplo para ellos en ello; seriamente, tanto en privado como en público, recomendando sus labores a la bendición de Dios, y velando por sí mismo, y por el rebaño del cual el Señor lo ha hecho supervisor: Así la doctrina de la verdad se conservará incorrupta, muchas almas se convertirán y serán edificadas, y él mismo recibirá múltiples consuelos de sus trabajos incluso en esta vida, y después la corona de gloria que le será reservada en el mundo venidero.

Cuando en una congregación hay más ministros que uno, y éstos son de diferentes dones, cada uno puede dedicarse más especialmente a la doctrina o a la exhortación, según el don en que más sobresalga, y según convengan entre sí.